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Sandra Massera
Una silla en escena

La escenografía de Minotauros está compuesta por el espacio escénico vacío. El único elemento escenográfico que se utilizó fue una silla. La directora de la obra realiza un análisis de lo que implica el uso de ese solo elemento.

En una puesta en escena, introducir una silla como único elemento en un gran espacio vacío, requiere una decisión que hay que evaluar profundamente.
En la obra de teatro Minotauros (1998) se cuentan dos historias diferentes: el mito del Minotauro, de origen cretense, y la historia de los amores entre el filósofo medieval Pedro Abelardo y su joven discípula Eloísa. La primera evoca un espacio-tiempo mítico; la segunda, un espacio-tiempo real.
En las escenas del mito se eligió la neutralidad polivalente del espacio vacío, en el que las acciones de los actores imprimían la sustancia necesaria. Únicamente las hebras rojas del hilo de Ariadna trazan, en una de las últimas escenas, una urdimbre de direcciones y acentos sutiles, que, jugando con la luz, crea una rara telaraña.

Pero las enseñanzas de un maestro y las réplicas de una discípula de inteligencia poco común necesitaban, a nuestro entender, de al menos una silla.
La historia de Abelardo y Eloísa ocurre en uno de los momentos clave de la gestación de la cultura occidental. La escolástica surgía como necesidad de investigación y cuestionamiento del mundo sensible y suprasensible.

La silla es un mueble muy antiguo de larga tradición en casi todas las culturas como símbolo de asentamiento del poder y reunión de los consejeros. Esto es especialmente resaltable en la civilización occidental.
En las legendarias reuniones de los caballeros de la tabla redonda del rey Arturo, tan importante como la presencia de la gran mesa, lo eran las sillas.
Fue también en una gran tabla-mesa que en el siglo XV El Bosco pintó escenas de los siete pecados capitales para ilustrar a quienes los contemplaran desde la contención de sus sillas. Sin la presencia de la silla, este lado del mundo no se percibe civilizado. Y más aún, la silla de la cristiandad representa tanto el poder como la sumisiòn, el orden y el reposo obediente, estudio y penitencia.
La silla obliga al cuerpo a permanecer artificiosamente erguido, sometiéndolo a su vez a una suerte de invalidez atrofiante de la cintura hacia abajo.

Los placeres que se experimentan sobre las sillas tienen algo de pecaminoso y perverso. La glotonería podría tolerarse y hasta ser bien vista en sociedad, pero la sensualidad y el sexo son objeto de escándalo. ¿Qué hacen dos amantes erotizándose sobre sillas si para ello está el casto lecho conyugal? La silla erotizada es apresuramiento y pecado, sentimiento de culpa y aventura.
Es precisamente lo que les ocurrió a Eloísa y Abelardo. Se enamoraron irremediablemente y a pesar de ellos mismos, durante las clases particulares en casa de Fulberto, tío y único tutor de la joven. La presencia de la silla marca en esta historia el pasaje de la docilidad de la alumna a la pulsión desafiante de la mujer. Mil doscientos años de sillas cristianas no logran doblegar un instante de deseo que despierta.

De acuerdo al criterio elegido para una puesta en escena, los muebles pueden aparecer o desaparecer en apagón, a telón cerrado o a la vista del público. Pueden ser trasladados por técnicos o actores que en ese momento se desplacen como seres neutros o conservando el hálito del personaje. En Minotauros se eligió esta última forma.
Fue Eloísa quien llevó la pesada silla a escena, avanzando detrás de Abelardo en señal de sumisión. El objeto ayudó a definir el estado del personaje y su presencia fue casi tan importante como la de los actores durante todas sus escenas. Al volcar la silla, Eloísa expresa su rebeldía; al golpearla contra el suelo, Abelardo demuestra el miedo a perder autoridad. El momento del castigo seguido del primer abrazo se produce sobre la silla, que terminan volcando los amantes en su premura por huir al refugio de alguna alcoba o buhardilla secreta.

La decisión de que la silla quedara como única presencia en escena, luego de la compulsiva salida de los amantes, tuvo que ver con una necesidad dramática: ese mueble se convierte en testimonio de una grave desobediencia, acto imperdonable que requerirá un castigo ejemplar. Para que el efecto de la caída de la silla adquiriera dimensión de desastre, se creó una escena que no estaba en el texto original y que a su vez se percibió necesaria para completar el perfil del personaje de Fulberto.
Se pide a éste que entre a escena instantes después. Al ver la silla caída, el tío de la joven, que era un importante prelado de París, comprende que algo grave vino a alterar el orden de su casa. La silla ha perdido su postura erguida, en ángulo recto con la habitación; está tumbada en patética diagonalidad, ofreciendo a los ojos irreverentes su fondo de asiento y sus patas derrotadas, conservando en la madera el calor de los cuerpos sacrílegos. Las acciones que realiza Fulberto a continuación y que terminan con su cuerpo arrastrando la silla para llevársela, demuestran la toma de conciencia de lo que está ocurriendo y el nacimiento del odio que lo llevará a castrar a Abelardo. La silla no podía permanecer en escena hasta el fin de la obra. Fulberto era el más indicado para quitarla. Al hacerlo está afirmando que bajo su techo no volverá a existir la desobediencia. Esta es la única escena de la obra que transcurre en completo silencio. Sólo el actor y la silla, ahora tan importante como el hombre.

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Eloísa y Abelardo


Fulberto